Esta semana se celebra el 25 aniversario de la inauguración del Teatro de la Maestranza, y para conmemorar esta destacada fecha se ha editado el libro «25 años de pasión (1991-2016)», donde se incluye un artículo del maestro Daniel Barenboim recordando su paso por el principal teatro andaluz. Compartimos con vosotros el texto del cofundador de esta institución:
«El inevitable paso del tiempo, su fugacidad; el constante trabajo en ensayos, giras y conciertos. Corren los años y, absortos en la minuciosa dedicación a la música, no llegamos a ser plenamente conscientes del transcurso de las horas, los meses, los lustros. El Teatro de la Maestranza cumple veinticinco años, un cuarto de siglo del que hemos exprimido y saboreado cada segundo.
Siempre me pregunté cómo era posible que la ciudad que más óperas ha inspirado en la historia de la música no contara con un escenario donde representarlas y ofrecerlas al mundo. Como un roble de lento pero poderoso crecimiento, el Teatro de la Maestranza ha prosperado hasta hundir sus fuertes raíces en el corazón de esta tierra, acaso una de las más musicales que he tenido la suerte de conocer.
Desde el primer instante, Sevilla acogió al Teatro y a quienes tenemos el honor de visitar sus tablas con toda la ilusión y el cariño que se pueda imaginar. Nunca olvidaré la primera vez que actué en el Maestranza, durante la celebración de la Exposición Universal de 1992, dirigiendo a la Filarmónica de Berlín. Aquella noche permanece imborrable en mi mente como el inicio de una cinematográfica historia de amor que este año celebra sus bodas de plata.
Volví pocos años después, en esta ocasión acompañado únicamente por mi piano. Fue durante la primavera de 1999, con el aroma de miles de naranjos en flor inundando la atmósfera y la luz de abril bañando de oro las fachadas junto a las orillas del Guadalquivir. Sólo la prodigiosa Suite Iberia de Albéniz sería el broche que consumara tal placer para los sentidos, y como tal la brindé al público de la Maestranza. Un homenaje a la ciudad y al Teatro que tanto habrían de regalarme en los años venideros.
Otro de los apasionantes momentos vividos en el Teatro de la Maestranza a lo largo de veinticinco temporadas tuvo lugar en 2005. Ese año fui el director artístico de la ópera Parsifal, de uno de mis más admirados compositores, Richard Wagner; y para ello conté con la ayuda de mi otra familia, la de la Staatsoper y la Staatskapelle de Berlín. El sol de aquella tarde de julio hizo brillar con fuerza la partitura del genio de Leipzig, grabando para siempre un cálido recuerdo en mi memoria.
Sin embargo, quizá las mayores satisfacciones que he recibido en ese escenario son todos los conciertos que he ofrecido con algunos de los mejores músicos que conozco: los jóvenes que siguen, año tras año, superando barreras y enfrentándose a la vida con la curiosidad que sus mayores no son capaces de afrontar. La Orquesta West-Eastern Divan, aquel sueño que tuve con mi amigo Edward Said, ha actuado en trece ocasiones en el Maestranza y ha cosechado otros tantos éxitos rotundos. No podía ser de otra manera. ¿Quién mejor que los andaluces para apreciar el enorme esfuerzo que realizan estos jóvenes, enfrentándose a condiciones tan adversas, para sentarse a compartir atril y partituras con quien estaba llamado a ser su enemigo?
Ciertamente, y aunque hayan pasado ya diecisiete años desde que nació la West-Eastern Divan, sigo maravillándome cada año cuando levanto la batuta y suenan los primeros acordes de la magnífica Novena de Beethoven. Parece mentira que hayan pasado casi doscientos años desde que el gran compositor alemán –el más grande que en el mundo ha sido, añadiría– escribiera con gran ingenio el clásico ‘O Freunde, nicht diese Töne!’ y no hemos sido capaces de trasladar ese espíritu de fraternidad a la vida más allá de las paredes de la sala de ensayos o de los teatros que visitamos. Continuando con la paráfrasis del final de la sinfonía, todos los músicos del Divan y yo mismo hemos puesto nuestro empeño por elevar nuestras voces con nuevos sonidos, más gratos y llenos de alegría. Y aunque hemos ofrecido decenas de conciertos, parece que en ningún sitio suenan mejor los aplausos que en el Maestranza, siempre lleno de público expectante y cariñoso, decidido a conseguir que nos sintamos como en casa, y a fe que lo consigue.
Cada año aguardo con cariño la ocasión de volver a Andalucía y a Sevilla, que tantos instantes imborrables que me han brindado en los últimos años. Mientras ese día llega recuerdo estos veinticinco años en los que he disfrutado, como un privilegiado, de un esfuerzo bien planificado y de una apuesta valiente por construir un espacio cultural de primer orden.
Felicidades, Maestranza, por estos veinticinco años llenos de música y vida.»
Daniel Barenboim.